Canto pastoral




Heme al morir la tarde con el azadón al hombro,
como un campesino, como un labriego triste.
Mi casa es una prisión, mis honorarios un enrejado,
pero dónde estás mujer?, te habré elevado tanto al inventar,
que ahora pareciera imposible hallarte;
Solo dije: quiero estar un poco solo,
y de repente grave soledad me cayó como nevada;
solo dije: quiero amar solo a quien sepa volar,
y a ese precio hasta sin alas me he quedado.
 

Corren los días y heme con el azadón al hombro;
mis botas, mi alma terminan en el fango, no sé ir más allá,
no sé creer en más; al menos mi madre creía en los santuarios,
yo que he entrado en todos los templos de la ciudad
y en ninguno encuentro amparo;
ah, pero que un día me borre silencioso el viento. 
Sueño una muerte empujada por arrieros,
una canción final que pare en un puerto improbable.

He habitado el retiro de un campanario,
pero no el silencio del mar bajo la luz de un faro,
es decir: sueño ser algún farero que aguarda
por quien quizás jamás venga;
sí, el mustio farero de un cayo; “volverá aquella alondra”, yo no sé,
al menos, que mi brújula apunte siempre
hacia un país de fuego y angustia;
no temo abrazarme a los cuerpos moribundos de un tsunami
y dejar mis restos bajo la espuma de la playa.
 

Dije simplemente: yo quiero un labio que me bese adentro,
yo quiero padecer el amor y el desamor;
qué no habré visto ya, cuánto no le habré soportado a las demencias,
a qué dejarnos maniatar?
Favor corta mis cuerdas,
que este que hace tal declaración un día leyó a Marat
y quiso hacer una revuelta en un suburbio;
favor se me escurre el mar y se desecan mis cuencas,
maldito el tiempo… 


Dejé a la otra vera del mundo mi casa de samanes y loros,
rostros queridos estremecidos en febril nostalgia;
¿bajo cuál truncado sol los volveré a ver?
piedad, que una anciana me amó como a su hijo,
ella irá retrocediendo y esperando,
ella irá muriendo y esperando,
con la paciencia de Penélope,
pero sin el ovillo suficiente.
 

Yo simplemente dije: estoy dispuesto a despedazarme por el hombre,
he habitado sus penurias,
he cruzado sus patios de aguas grises y desamparo,
he padecido sus madrugadas de cólico y hambruna.
 

Gélidas estrellas caen de vez en vez en arias de muerte:
“en los páramos del monte” cargué al hijo del pastor,
y no pude hacer nada,
abracé al hijo del pastor, besé la gélida frente…
“se quedó el pastor sin hijo” y no pude hacer nada.

Yo solo dije: condúceme mar hacia algún lugar posible,
abrázame, vida, apriétame, muerte, despedázame, soledad.

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