Admito que tengo devoción por los RÍOS. Nunca he estado cerca del río Jordán, pero las referencias bíblicas me han conducido a allí miles de veces; en mi imaginario veo a Juan Bautista metido en el agua bautizando a los peregrinos y su acuático asombro cuando constató delante de él al “Señor”.
He soñado el curso salvaje del Tigris y su abrazo filial con el río Eufrates, allá donde se escucha aún la respiración de Mesopotamia, y el lamento perpetuo de los muertos que dejó la guerra en Irak.
He imaginado flotando sobre las aguas del río Hudson al cuerpo asesinado de Mary Roger; a Tamara Bunke con sus 30 años masacrada a la vera del río Grande y a Titina Sila desaparecida en la corriente africana del Farim. También sigo constatando los cuerpos flotantes sobre el río Bravo de aquellos emigrantes latinos que jamás pisaron el “American life”.
Me sigue deslumbrando la aparatosa caída del Niágara, según la mirada romántica de José María Heredia; y las contaminadas aguas del Támesis en los días del cólera en Londres. También el Ganges (tan sagrado como el Jordán) con sus misteriosos estuarios, sus plantas acuáticas y sus monjes hindúes rezando a la orilla.
He presentido el Volga que cruzaron los rebeldes de Razin, “Volga, Volga, madre querida” y el RÍO DON en los tiempos de Pedro el Grande; sin embargo no consigo imaginar por cuál orificio terrestre se desangran las aguas del Okavango, o por cuáles misteriosos canales de cielo se evapora, a la vista de las etnias de Botsuana.
Una vez vi desde el cielo al río Tajo atravesando Lisboa, entre armoniosas casitas de techo rojo, el mismo río que veneraron los ojos del almirante Vasco da Gama.
Y siguen naciendo ciudades sobre los palafitos enterrados en los aluviones del Orinoco, y el Nilo se sigue deshidratando en el Sahara; y los rusos y los chinos siguen separados por las heladas aguas del río Amur.
En medio de las selváticas corrientes del Amazonas he figurado sus nenúfares gigantes, y a la vera de este RÍO-DIOS las tortugas que clasificó Humboldt.
He visto a los pescadores del río Geba en Guinea Bissau en canoas que le descascararon a los árboles, y aprendí a imaginar a los pigmeos navegando sobre el río Congo, a los indios araucanos a través del RÍO CAUTÍN y a los anamitas sobre al caudaloso Mekong.
Presiento a veces las descargas eléctricas del Itaipú sobre el lomo del río Paraná, y la agonía suicida de Schumann y Tchaikovski sobre el río Rhin y Moscova, respectivamente.
He delirado sobre los bancos de arcilla y limo del río La Plata, aquel que se volvió imperioso por la palabra de Borges “Y fue por este río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundarme la patria?” Yo sueño también con el Mississippi de Whitman, y con el misterio tan musical del Danubio y el Moldova.
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