Notas de viaje



                













"España"

Respiré en diciembre el aire de España
temblé en la brisa de sus invernales,
tan breve el tiempo dentro de cristales
que no sentí el olor de la castaña.


  No vi volar las aves de Castilla,
ni el camino que va hacia Compostela;
no habían escudos ni carabela
ni rastros de los moros de Sevilla.


  No percibí en España a Don Quijote,
ni el sonido lorquiano de Granada,
ni el verso de Quevedo ni la espada;
n
o pude ver a Sancho en el islote;
fue tan breve el tiempo y tan recio el frío
que traje de España el afán vacío. 



 
               
           










“Lisboa se parece a tu nombre”

Lisboa se parece a tu nombre;
yo volé sobre el Tajo un domingo
que me alejaba de ti;
las aguas bajaban serenas al mar,
ni el fervoroso puente animaba la vista.

Lisboa se parece a tu nombre;
los tejados rojos, las calles arqueadas;
estaban las plazas vacías
o quizás desde el aire no viera
al callado señor que aguardaba la noche
sentado en un banco.
Lisboa se parece a tu nombre;
los castillos del Medioevo,
el puerto y sus marcas de la Conquista,
el barco abandonado,
todo deviniendo furtivo símbolo
que me distancia o me acerca a ti.










 

"Jamaica"

Pasé a prisa por las nubes de Jamaica,
debajo el mar abrazaba la costa,
Kingston ardía como luz arcaica
que sobre los techos fulge y reposta.

Pasé a prisa las avenidas breves,
busqué desde el aire los bucaneros
de Morgan, pretendí ver los relieves
de muerte frente a los embarcaderos.

Ni por estatuas de héroes anduvo
mi vista, ni por la montaña azul,
ni vi al esclavo bajo el abedul.

Solo viejas melodías contuvo
mi alma desde las nubes, y un cantar
de Marley entre la sombra insular.






 














“Río Cacheu”

Hoy llegué al borde de sus aguas; vi
el sol derramándosne en amarillo
crepuscular y las barcas dormidas
en su montículo de lodo y mangle;
el puente alzó los románticos arcos
delante de mis ojos y siguió
pasando el río como una serpiente
que persigue el mar; un antiguo barco
se doblaba hasta el centro sensual
de las aguas, resaca de un remoto
naufragio que crece más en el sueño.
Hoy un pescador me dio su acuática
mano, en la otra izaba el remo al estilo
de un dios marino que sujeta un cetro;
hoy a la vera del río presentí
en el viento las palmadas de Heráclito:
no volverás a ver las mismas aguas,
pero dentro de ti surcarán siempre.  





“Médanos de Coro”

Yo anduve las dunas que baña el sol de Coro,
y como un viajero sin rumbo
me adentré en los nómadas suelos,
como si pisase el Zahara,
como si los vientos alisios,
venidos de siglos profundos,
desde montañas rocosas
se volvieran cristales de arena en mis manos.
Anduve los áridos instantes,
los nimios tejidos de hierba;
entre las nubes de arena se ahuyentaron las aves
y acarició mi mirada los reptiles furtivos.

Yo anduve las dunas
como un viajero sin rumbo
en una tarde de Coro.








 









"Tardes de Barlovento" 
 
En las tardes los loros volaban sobre nuestras cabezas,
jamás el pinareño –ni yo- los habíamos visto sueltos:
en ese instante el discurso se posaba sosegadamente sobre un gajo,
después volvía la palabra a desatarse,
y ya ni tan siquiera oíamos el delirio de los pájaros.
Así pasaban también los sacos de cacaos sobre los lomos africanos,
el sol cabía en una sola espalda,
y en más de una espalda vi las marcas de los siglos.
Le dije al pinareño: todo aquí está igual; las chozas de barro,
el humo de los leños, la vieja iglesia… la del vértigo fundacionista,
por suerte la dejaron sola, el caserío renunció a sus paredes de crucificados
y a la misa, por los cánticos a un Cristo de raza bamtú.
Nada como oír “Noche de paz” con las tamboras de Nigeria
en plena calle, calle con excrementos de bueyes;
allá iba brotando más carnal el evangelio, iban coreando entre las piedras
los chiquillos, las mujeres; y Dios no pudo estar muy lejos
en aquellas tardes. 









 






“Viví al pie de la montaña de Sorte”
 Viví al pie de la montaña de Sorte,
donde levita sobre danta el influjo de María Lionza,
en cambio allá, me moría por regresar;
gocé de los amaneceres selváticos de África,
dormí en medio de una pradera poblada de ardillas y exóticas aves,
y jamás dejé de preguntar por Itaca.

Pude quedarme en Lisboa o en Madrid,
pude exiliarme en Dakar,
ahora mismo estoy más cerca del Corcovado que de mi nevera vacía,
y no hago otra cosa que soñar en volver.

Cuándo entenderé que el mundo entero es mi casa.


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