Cuando Juan Pablo II bendijo los cielos de Pinar del Río,
yo tenía un hogar
y cargaba viandas en bicicleta para mis muchachos.
En las tardes desfloraba los tomos de la biblioteca municipal
o visitaba a mis pocos amigos de sobrevivencia y literatura.
En las sucesivas noches de apagones
amorosamente, entregaba a mi esposa el fuego sutil,
mientras dormían mis muchachos en el mismo cuarto.
Después me dejaba arrastrar por la corriente erótica del sueño,
y más de un verso aluciné
en aquellos días en que el santo avión
bendijo los cielos de Pinar del Río.
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