El caudillo y el poeta


El poeta:

Debo admitir que pretendí tocar el cielo con manos de ermitaño,
que ajusté mi reloj, no según la hora del mundo, sino según mi propio tiempo;
imaginé que el arte y la distancia moral lo conseguían todo,
puse en peligro la ciudad y mis huesos, y por más que amé
no me salvé de la soledad y de la intemperie.

Debo aceptar que mis cantos no me sirvieron de mucho,
que en el momento más preciso me faltó la palabra;
como aquella mujer que cuando más la necesitábamos se distanció.

Debo reconocer que viví dentro de un campo de batalla
y ahora solo recojo los restos de un ejército mal herido.
El Caudillo:

También hube yo de afrontar esos combates,
pero no con el arte ni la verguenza moral,
sino con la espada; fui depredador para no ser cordero de nadie.

El amor no estaba entre mis ideales, sino la posesión,
esa alegría húmeda de tierra conquistada.
Me traicionaron amigos, parientes, mujeres
pero no me vencieron. No escribí versos
para no darle terreno a la melancolía.

También hube yo de caminar despedazado y solo
pero los dioses que van conmigo me levantaron siempre;
no temo a nada, ya conocí el infierno.
El poeta:

Debo admitir que he contemplado la vida
solo a través de ilusorios espejos;
y cuando supe que la realidad es un dragón
me faltó la destreza de San Jorge.

No le di jamás cabida a la suspicacia,
entregué todo de mí y eso me hizo más vulnerable;
debo aceptar que el mundo danza al compás de Maquiavelo,
y en esa ronda macabra y cínica,
aquel que no se mueva bien le rompen las piernas y el alma.
El Caudillo:

Duele percibir tal desasosiego
en quien ha amado límpidamente; sin embargo, poeta,
no me creo más vencedor que tú. Yo tuve que juntar mi piel
a la del dragón, y vomitar el fuego de mis odios;
tú tuviste el valor de amar y jugarte las entrañas.

El precio fue quizás: la perfidia, la falsedad o el engaño,
pero cuál proyecto real no se llena de fatídicos cuervos;
qué espacio estéril hay en que no siembre sus larvas Judas.

Ciertamente aprendí a bailar en la danza macabra,
pero sé que tu destino legítimo no será jamás el de imitarme.

El poeta:

Debo admitir que desconozco mi destino,
y que en cada golpe villano se siente como si algo se nos muere.

Debo admitir que ya no tengo tiempo para ajustar mi tiempo
al reloj del mundo, y no aspiro a convertir un lánguido ermitaño
en un afortunado profeta.

Debo admitir, no obstante, que no me rindo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

FACULTAD DE MEDICINA en una pradera AFRICANA

OCTOSÍLABOS Y FOTOS

MODESTO HOMENAJE A MI CÁRDENAS NATAL

Oración a MARTHA MADAN

CONFUSIÓN SIMBÓLICA

Los PERROS y la ALERGIA

NUNCA HE SIDO DE PARÍS

Dos óleos de PICASSO en Sāo Paolo

Mis Memorias de un GOLPE DE ESTADO

CANTO REBELDE A MI FARID

Muerte de MALAM BACAI

EN LA CASA DEL DOLOR

SERPIENTES VENENOSAS DE GUINEA BISSAU

AVENIDA PAULISTA, POMPOSIDAD Y ESPLENDOR

CHIVACOA, MARÍA LIONZA y el visor de NICOLÁS FEDERMAN”

OFELIA la de MANTILLA

El KILIMANJARO desde lo REAL MARAVILLOSO

BIBLIOTECA MEGA

CIRCUNCISIÓN FEMENINA: BARBARIE, BARBARIE, BARBARIE

CINCUENTA ADAGIOS

VIAJE POÉTICO A TRAVÉS DE LOS RÍOS DEL MUNDO

Nostalgias de los MÉDANOS DE CORO

MI PROSA en web-ARTIGOO

ALEJAIDRINHO, LA LEPRA Y LOS DOCE PROFETAS

Buscar este blog