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Sentadas en el suelo las mujeres lloran, gimen;
Las gritas llevan el dramatismo de un sufrimiento
ancestral,
Sentadas en la tierra de los portales,
Y la angustia es ese ritual de tonos altos;
Velorio sin
sillones ni candelabros ni taburetes ni capilla mortuoria.
El reverenciado está tendido en el suelo del patio,
Y lo cubren sudarios que recuerdan los de Cristo.
Lo alzan en parihuela de palo y pencas de palma
En medio de un coro de cantos litúrgicos;
Lo entran en la choza oscura que habitó hasta su
última tarde,
Después lo conducen por los alrededores del
villorrio
Hasta que lo tienden otra vez a la intemperie.
Los perros pasan bien cerca,
Alguno se tumba junto a la parihuela con su cola
tiesa
Acentuándole al muerto su gravedad faraónica.
Algunas mujeres escalfan sobre leñas un caldo de
pescado,
Y cuando se va acercando la hora decisiva y
crítica del difunto
Los hermanos, los hijos, las esposas untan el
último beso sobre la fría frente;
Se abrazan al
cuerpo, humedecen de lágrimas el sudario;
Lo cargan finalmente,
Lo llevan despacio sin más ataúd que dos maderos entre
pencas de palma,
Lo llevan despacio sin coronas entre cánticos sagrados,
Lo llevan despacio...
Es la cuesta sombría,
Lo bajan despacio,
El
hoyo telúrico,
El espacio es un soberbio frío mineral
Que re-tumba!
Iván Borrero
Iván Borrero
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